“Finge Que Me Amas, Por Favor…” — La Poderosa CEO Le Rogó Al Padre Soltero Justo Frente A Su Ex.
El salón principal del Hotel Valencia Palace brillaba como si cada lámpara de cristal quisiera competir con las estrellas. En el aire flotaban perfumes caros, risas calculadas y el sonido metálico de copas chocando. A los ojos de cualquiera, aquella noche era perfecta. Para Lucía Ortega, en cambio, era una prisión de lujo, vestida con un traje de noche color marfil, diseñado a medida.
caminaba con la seguridad que solo da el poder. Pero por dentro, por dentro se sentía vacía. Había logrado todo lo que muchos soñaban: dirigir su propia empresa, ser portada en revistas, asistir a cenas benéficas con ministros y artistas. Y sin embargo, nadie la conocía de verdad.
Sus pasos resonaban sobre el suelo de mármol mientras saludaba con la sonrisa impecable que había practicado durante años frente al espejo. El brillo de las cámaras la cegaba. El éxito tenía ese precio. No dejar ver las grietas. Mientras el presentador agradecía a los patrocinadores del evento, Lucía miró de reojo hacia el fondo del salón y su respiración se detuvo.
Allí, entre los invitados estaba Derek Salvatierra, el mismo hombre que años atrás la había hecho creer en el amor, solo para humillarla públicamente cuando rompieron. El hombre que la acusó de usar su encanto para trepar ante toda una junta directiva. El hombre que le enseñó que los sentimientos en el mundo de los ricos eran un lujo que solo los ingenuos podían permitirse.

Lucía notó como su corazón latía con fuerza, pero no de amor, sino de rabia contenida. Derek se acercaba del brazo de una modelo mucho más joven, riendo con esa suficiencia que siempre la había herido. Su instinto fue marcharse, pero entonces lo oyó. Lucía, vaya cuánto tiempo. El tono era amable, pero en sus ojos había veneno.
Ella respiró hondo, dispuesta a responder con la frialdad habitual cuando algo en su interior se quebró. No quería volver a sentir esa sensación de ser la derrotada. No esa noche, no delante de él, miró a su alrededor buscando una salida, una distracción, un refugio. Y entonces lo vio un hombre con uniforme azul oscuro apoyado discretamente junto a la puerta de servicio.
Sostenía una bandeja vacía, observando la escena con cierta incomodidad. Tenía el cabello oscuro, la piel tostada por el sol y en sus ojos marrones, tranquilos, no había juicio, solo curiosidad. Miguel Navarro, uno de los conserjes del hotel, Lucía no lo pensó. Su orgullo, su miedo y su impulso se mezclaron en una sola decisión.
se acercó a él a pasos rápidos y antes de que pudiera decir nada, le susurró con voz temblorosa, “Por favor, finge que eres mi novio solo por 5 minutos.” Miguel parpadeó sorprendido. El ruido de la orquesta llenaba el aire, pero entre ellos el silencio era denso, íntimo. Podía ver en los ojos de esa mujer una desconocida elegantísima, una súplica desesperada, el tipo de mirada que nadie inventa.
¿Qué? Balbuceó. Solo 5 minutos, por favor”, repitió ella sin soltar su mano y sin entender muy bien por qué, Miguel asintió. Lucía giró hacia Derek justo cuando él se aproximaba. Le dedicó una sonrisa impecable y con gesto natural tomó el brazo de Miguel. “Derek”, dijo ella con tono sereno. “te presento a mi pareja, Miguel.
” El silencio fue inmediato. Derek levantó una ceja, recorriendo con la mirada el uniforme de Miguel. “Tu pareja”, preguntó con una sonrisa torcida. “Un conserge, varias personas cerca fingieron no escuchar, pero el murmullo se expandió como fuego. Lucía sintió el rubor en las mejillas, pero no se movió.
Entonces Miguel, con voz tranquila, pero firme”, dijo, “Sí. y con orgullo, porque aunque limpie pisos, jamás he ensuciado mi alma. El comentario cayó como un golpe seco. Derek se quedó callado un instante, sorprendido por la serenidad del hombre. Lucía alzó el mentón como si esas palabras fueran un escudo.
“Miguel me ha enseñado lo que es la dignidad”, añadió ella, “Algo que algunos olvidan cuando suben demasiado alto.” Un murmullo de aprobación se escuchó entre las mesas. Derek incómodo carraspeó, murmuró una excusa y se retiró con su acompañante. Lucía soltó el aire contenido. El corazón le latía tan fuerte que temía que todos pudieran oírlo.
Miguel, en cambio, parecía tranquilo, casi divertido. ¿Sigo fingiendo o ya terminó la función? bromeó en voz baja. Lucía lo miró y por primera vez en mucho tiempo rió de verdad. Una risa pequeña, nerviosa, pero sincera. Gracias, dijo ella. No sé qué habría hecho sin ti. Seguramente algo mucho más elegante, respondió él con media sonrisa. Pero ha sido un placer salvar a una dama en apuros.
Sus miradas se cruzaron. Por un instante, el ruido del salón desapareció. Solo quedaron ellos dos, la mujer que lo tenía todo, y el hombre que apenas tenía para vivir, unidos por una mentira que, sin saberlo, iba a cambiarles la vida. Un rato después, cuando el evento terminó, Lucía salió al balcón a tomar aire.
Las luces de la ciudad titilaban sobre el Turia y la brisa de medianoche llevaba el olor del mar. Sintió una mezcla extraña de alivio y culpa. ¿Qué acabo de hacer? Pensó. Nunca había perdido el control de esa manera. Una voz detrás de ella rompió el silencio. Perdona que te interrumpa, era Miguel con la chaqueta sobre un brazo. Solo venía a decirte que ha sido un honor fingir contigo.