“Finge Que Me Amas, Por Favor…” — La Poderosa CEO Le Rogó Al Padre Soltero Justo Frente A Su Ex.

El amanecer en Valencia tenía un tono dorado que parecía anunciar un nuevo comienzo. Lucía se despertó con la luz entrando por la ventana y el aroma a café recién hecho. Desde la cocina llegaba la voz suave de Miguel, tarareando una vieja canción de Serrat mientras preparaba el desayuno. Por un instante, todo parecía perfecto.

Bajó las escaleras descalza, aún con el cabello despeinado. ¿Ya estás de pie tan temprano? Preguntó con una sonrisa. Alguien tiene que encargarse de que empieces el día con alegría, bromeó él. Lucía rió. Era una risa nueva, ligera, sin el peso del pasado. Habían pasado dos semanas desde que Derek intentara chantajearla por última vez. La Fundación Sofía prosperaba.

Los medios habían cambiado el tono y hasta los antiguos socios comenzaban a acercarse de nuevo. Sin embargo, Lucía sentía una calma frágil, como si algo oscuro aún rondara en el aire, y no se equivocaba. Esa misma mañana, mientras revisaba unos correos, vio un mensaje con el asunto. Notificación judicial. Investigación de la Fundación Sofía.

El corazón se le encogió, abrió el archivo, una citación formal. Un juez la llamaba a declarar por supuestas irregularidades fiscales en la fundación. No puede ser, murmuró Miguel. Al verla pálida, se acercó. ¿Qué ocurre? Ella le mostró el documento. Él lo leyó con el seño fruncido. Esto lleva la firma de un abogado del grupo Salvatierra. Lucía apretó los puños.

Derek, otra vez. Derek sabía que no descansaría hasta verla arruinada. Los días siguientes fueron una pesadilla. Los titulares volvieron a llenar los periódicos. Lucía Ortega, investigada por fraude benéfico, la fundación más famosa de España, bajo sospecha. La misma prensa que antes la admiraba, ahora la devoraba con titulares afilados.

Lucía aguantaba el tipo en público, pero por dentro sentía que el pasado la perseguía como una sombra interminable. Miguel intentaba mantenerla firme. Esto se aclarará, Lucía. No tienes nada que temer. Eso lo dices tú, respondió ella con voz temblorosa. Pero en mi mundo no importa la verdad, sino quién la cuenta más alto. El día de la audiencia llegó.

Lucía entró al juzgado con traje sobrio, sin joyas, sin maquillaje ostentoso, solo llevaba una carpeta y su dignidad. En la sala Derek la esperaba impecable, confiado. “Qué coincidencia verte aquí”, susurró él con falsa cortesía. “No hay coincidencias, Derek, solo consecuencias.” El juez inició la sesión.

Derek presentó documentos que, según él, demostraban desvíos de fondos a cuentas privadas. Lucía los miraba incrédula. Eran copias adulteradas de sus propias transferencias internas. Un trabajo de manipulación tan sutil que parecía auténtico. El fiscal la observó con dureza.

Señora Ortega, ¿puede explicar por qué su fundación recibió dinero de empresas fantasma? ¿Por qué no existen?”, respondió ella con firmeza. Son inventos, puedo demostrarlo, pero los jueces no se impresionan con emociones. El procedimiento fue frío, metódico. Lucía sintió que cada palabra que decía era como gritar en un túnel sin eco. Cuando terminó, salió al pasillo agotada. Miguel la esperaba.

Ella se apoyó en su pecho, casi sin fuerzas. No sé si podré soportarlo otra vez. Sí podrás, le dijo él. No porque seas fuerte, sino porque eres justa. Y la verdad, tarde o temprano sale a la luz. Días después los rumores crecieron. Empresarios se alejaban.

Voluntarios dudaban y hasta algunos beneficiarios dejaron de acudir por miedo a las cámaras. Lucía observaba impotente como todo por lo que había trabajado empezaba a desmoronarse. Una tarde, en la oficina vacía, Miguel la encontró sentada frente al ordenador, mirando la pantalla sin parpadear. “¿Qué haces?”, preguntó. “Busco algo que me devuelva la fe”, susurró ella.

Él se acercó y le mostró una caja pequeña dentro el dibujo de Sofía. ¿Y esto? preguntó Lucía. Me dijo que te lo devolviera. Dijo que los arcoiris solo se ven después de la tormenta. Lucía sonrió entre lágrimas. Esa niña tiene más sabiduría que todos nosotros juntos. Un par de días más tarde, Marta entró corriendo al despacho. Lucía, tienes que ver esto.

Encendió el portátil y le mostró una noticia nueva. Empleado del grupo Salvatierra confiesa falsificación de pruebas. Lucía se llevó la mano a la boca. El artículo detallaba que uno de los contables de Derek había decidido hablar a cambio de inmunidad judicial. Los documentos habían sido manipulados por orden directa de salvatierra. Miguel la abrazó riendo entre lágrimas.

Se acabó, Lucía, ganaste. No! Susurró ella con una mezcla de alivio y tristeza. No gané, solo sobreviví. Esa noche, mientras caminaban junto al puerto, Lucía miró las luces reflejadas en el agua. El mar estaba en calma, pero las olas aún arrastraban el eco de la tormenta. “¿Sabes qué he aprendido de todo esto, Miguel?”, preguntó ella.

“Dímelo. Que la verdad no te libera de las heridas, pero te enseña a vivir con ellas.” Él la miró con ternura. Y también te enseña a amar sin miedo. Lucía se detuvo y lo miró fijamente. Amar sin miedo. No sé si puedo. Sí puedes, dijo Miguel acariciándole el rostro. Porque ya lo haces. Lucía sintió que se quebraba por dentro.