“Finge Que Me Amas, Por Favor…” — La Poderosa CEO Le Rogó Al Padre Soltero Justo Frente A Su Ex.

Sin levantar la voz, el silencio se apoderó de la sala. Lucía lo miraba sin poder creer su valentía. Derek, enrojecido, trató de recuperar el control. Lucía, cariño. Deberías cuidar mejor tus compañías. Esta gente no pertenece a nuestro mundo. Ella respiró hondo. Por un segundo dudó. Podría haberse callado, sonreír y seguir como si nada. Pero recordó las palabras de Miguel. No olvides quién eres de verdad.

Tienes razón, Derek. Dijo finalmente, Miguel no pertenece a tu mundo, pertenece a uno mejor, uno donde la gente no mide el valor por el dinero que gana, sino por lo que lleva en el corazón. Un murmullo de aprobación recorrió la sala. Derek apretó los dientes humillado. Lucía tomó a Miguel del brazo y lo condujo hacia la salida sin mirar atrás. Fuera.

El aire frío les golpeó el rostro. Lucía respiró aliviada, pero también avergonzada. No tenías que venir, dijo. Ahora todo el mundo hablará. Ya hablaban antes, contestó él con una sonrisa tranquila. Pero al menos ahora sabrán que estás con alguien que no tiene miedo de defenderte. Ella lo miró con ternura.

¿Por qué haces esto? ¿Por qué te expones así por mí? Miguel se encogió de hombros. Porque te mereces que alguien te cuide sin esperar nada. Lucía quiso decir algo, pero no pudo. Solo apoyó la frente contra su pecho. El silencio entre ellos era más elocuente que cualquier palabra. Durante las semanas siguientes, los medios se cevaron con la historia. La CO enamorada del conserje, titulaban los tabloides.

Algunos la llamaban valiente, otros una loca. Los inversores empezaron a inquietarse. Su asistente le advirtió, “Lucía, esto puede costarte contratos. Los socios quieren una imagen estable.” Esa palabra la irritó. Estable era lo que siempre había fingido ser.

Pero al mirar la foto de Miguel y Sofía en su móvil, supo que no quería volver a fingir. Una tarde lo buscó en el bar Alameda. “Necesito un favor”, dijo. “Dim, quiero llevarte conmigo al evento benéfico del próximo mes.” Miguel se ríó. “Otra gala. No creo que mi uniforme combine con tus joyas. No quiero que combines. Quiero que seas tú.” Él la miró en silencio.

En esos ojos había una mezcla de miedo, orgullo y amor. Sabía que el mundo de ella era un campo de minas, pero también sabía que no podría negarle nada. El evento se celebró en el Museo de Bellas Artes. Esa noche, Lucía llegó de la mano de Miguel. Los flashes no tardaron en estallar. Las miradas se cruzaban entre incredulidad y escándalo.

En un momento, un periodista se acercó. Señora Ortega, ¿puedo hacerle una pregunta? ¿Qué siente al presentarse con un hombre que no pertenece a su círculo? Lucía sonrió con serenidad. Orgullo respondió. Mucho orgullo. Miguel la observaba maravillado por su fuerza. Nunca había visto a alguien tan elegante siendo tan humano.

Y entonces comprendió que la amaba de verdad, no por su éxito ni por su belleza. La amaba porque detrás de todo eso había una mujer capaz de mirar al mundo sin miedo. Al final de la gala salieron al jardín. El aire olía a Asa. Lucía se quitó los tacones y rió como una niña. ¿Sabes? dijo, “Toda mi vida he buscado la perfección y ahora me doy cuenta de que la perfección está en lo imperfecto.” Miguel la miró con ternura.

“Yo solo veo a una mujer valiente y eso es lo más perfecto que existe.” Lucía le tomó la mano. “Gracias por no soltarme cuando todo el mundo quiso que te apartaras.” “Nunca lo haría”, susurró él. Durante un largo silencio se quedaron mirándose bajo las luces del museo. Esa noche no hubo discursos, ni cámaras, ni testigos.

Solo dos personas encontrando consuelo en la verdad que habían intentado esconder. Lucía apoyó la cabeza en su hombro. El viento movía suavemente su cabello. Miguel, dijo apenas audible. Creo que ya no sé fingir. Él sonríó. Entonces, por fin estamos siendo reales en el corazón de la noche valenciana. Lucía Ortega, la mujer que creía tenerlo todo, se dio cuenta de que lo único que le faltaba era precisamente lo que el mundo consideraba insignificante.

La mirada sincera de un hombre que la veía tal y como era. Y mientras las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, supo que ese amor, nacido de una mentira iba a cambiarlo todo. Los meses siguientes fueron los más tranquilos y felices que Lucía recordaba en años. Por primera vez que fundó su empresa, dejaba el móvil en silencio por las noches, cocinaba sin prisas y se reía por cosas simples. Miguel y Sofía se habían convertido en una parte natural de su vida.

Los fines de semana los tres salían juntos al parque del Turia. Sofía montaba en bici, Miguel llevaba bocadillos de tortilla y lucía con zapatillas y coleta, apenas reconocible. Aprendía a bajar del pedestal en el que había vivido demasiado tiempo. A veces la gente la miraba sorprendida. Esa no es la directora de Ortega Capital, pero Lucía ya no se escondía.

Si alguien me juzga por amar, el problema lo tiene quien mira”, decía con esa serenidad que solo da la certeza de hacer lo correcto. Una tarde, mientras paseaban junto al río, Sofía corrió hacia una fuente y gritó, “¡Papá Lucía, venid! Mira, hay arcoiris en el agua.” Lucía se acercó riendo.