“Finge Que Me Amas, Por Favor…” — La Poderosa CEO Le Rogó Al Padre Soltero Justo Frente A Su Ex.

pensó en Miguel, en Sofía, en su risa, en su verdad y se prometió algo. No dejaré que nadie destruya esto, ni el dinero, ni la prensa, ni el miedo. Porque por primera vez Lucía Ortega no estaba luchando por poder o reconocimiento. Estaba luchando por una vida que merecía la pena vivir. Y aunque la calma parecía sostenerse, en el horizonte ya se asomaban los primeros relámpagos de una tormenta que pondría a prueba todo lo que había construido. El viento soplaba con fuerza aquella mañana. Lucía se levantó temprano con la

mente llena de preocupaciones. Desde hacía días, las portadas de los periódicos y los titulares digitales repetían la misma frase. Lucía Ortega, la CEO que cambió los consejos por los conserges. La frase cargada de ironía, se había vuelto viral y lo peor, venía firmada por alguien conocido, Derek Salvatierra.

Lucía leyó cada palabra del artículo con una mezcla de rabia y decepción. Derek había ido demasiado lejos. Hablaba de su vida privada, mostraba fotos suyas con Miguel y Sofía en el parque e incluso insinuaba que su relación era una estrategia de marketing emocional. El texto terminaba con una frase venenosa.

Cuando la pasión se mezcla con la caridad, la verdad siempre acaba manchada. Lucía arrojó el periódico sobre la mesa. Por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo. De nuevo. Llamó a su asistente. Marta, necesito saber quién filtró esas fotos. Ya lo estamos investigando, respondió ella, tensa, pero parece que las consiguió a través de un fotógrafo del evento benéfico. Derek le pagó una fortuna.

Lucía cerró los ojos intentando controlar la ira. Esto no es solo una humillación, es una declaración de guerra. Esa misma tarde, la sede de Ortega Capital se convirtió en un campo de batalla mediático. Cámaras, reporteros y curiosos se agolpaban frente al edificio. Las preguntas llovían.

¿Va a dimitir? ¿Su relación con el señor Navarro influye en sus decisiones empresariales? ¿Usa usted la beneficencia como propaganda romántica? Lucía caminó con paso firme, sin responder a nadie, pero por dentro sentía como se resquebrajaba el suelo bajo sus pies. En su despacho, el teléfono no dejaba de sonar. Algunos socios cancelaban contratos, otros pedían una aclaración oficial.

Era el tipo de caos que Derex sabía provocar mejor que nadie. Esa noche buscó refugio en casa de Miguel. Él la recibió con el rostro serio. “Ya lo he visto”, dijo sin necesidad de que ella explicara nada. Derek ha cruzado todos los límites. Ha usado fotos tuyas de Sofía. Su voz tembló. No sé cómo pedirte perdón.

Miguel le tomó la mano. No tienes que hacerlo. Tú no eres culpable de la miseria de otros. Pero Lucía no podía dejar de sentirse responsable. Todo esto está afectando a tu hija, a tu trabajo. Lucía, escucha, interrumpió él sereno. Cuando te conocí, sabía que tu mundo era distinto al mío, pero nunca imaginé que alguien pudiera usar tanto odio contra ti. Ella bajó la mirada.

El odio siempre encuentra motivo cuando una mujer no se arrodilla. Miguel la abrazó con fuerza intentando calmarla, pero algo invisible, una sombra entre ambos, comenzaba a crecer. Durante los días siguientes, la situación empeoró. Un grupo de inversores exigió la renuncia temporal de Lucía hasta que su imagen se estabilizara.

Los rumores se multiplicaban y Derek, desde su cuenta oficial escribía mensajes ambiguos. El amor no siempre es sincero cuando hay contratos de por medio. Miguel evitaba las redes, pero en su trabajo los compañeros murmuraban. Algunos se reían, otros lo miraban con pena. Un día el encargado le dijo, “Miguel, entiendo tu situación, pero esto está dando mala fama al hotel. Mejor tómate unos días.

” Cuando volvió a casa, la rabia lo consumía. Lucía estaba esperándole, agotada. ¿Qué ha pasado? Me han apartado del trabajo. Dicen que necesitan tranquilidad mediática. Lucía se cubrió la cara con las manos. Dios mío, todo esto es culpa mía. No digas eso. Miguel intentó sonreír, pero su voz sonó rota. Lo que pasa es que nuestros mundos no hablan el mismo idioma. Ella lo miró con desesperación.

¿Y tú quieres rendirte? Después de todo lo que hemos vivido. No, Lucía, no quiero rendirme, pero cada vez que alguien dice mi nombre, lo asocian al tuyo. Y no como un hombre, sino como un escándalo. Las lágrimas comenzaron a caer por el rostro de ella. No me importa lo que digan. A mí sí, susurró Miguel. Porque Sofía escucha lo que dicen en el colegio y no quiero que crezca avergonzada de su padre.

Lucía quiso abrazarlo, pero él dio un paso atrás. No había rabia en su mirada, solo tristeza. “Necesitamos tiempo”, dijo él al fin. Para respirar, para pensar. Aquellas palabras fueron como un golpe seco. Lucía no supo qué contestar, solo asintió en silencio. Pasaron los días y la distancia entre ellos se hizo más grande.

Lucía seguía luchando en el frente empresarial, pero su energía se apagaba. La prensa no la dejaba en paz. Los empleados la observaban con cautela. En casa, los silencios reemplazaron a las risas. Una noche, mientras cenaba sola, vio en la televisión un programa de debate. Lucía Ortega, heroína romántica o irresponsable millonaria, apagó el televisor y rompió a llorar.