“Finge Que Me Amas, Por Favor…” — La Poderosa CEO Le Rogó Al Padre Soltero Justo Frente A Su Ex.
No por las críticas, sino porque Miguel no estaba allí para decirle que todo iría bien. Mientras tanto, Miguel también sufría en silencio. Sofía preguntaba por Lucía cada noche. “Ya no va a venir más”, decía con la voz pequeña. Miguel fingía una sonrisa. Está ocupada, cariño, pero te quiere mucho.
Después, cuando la niña dormía, se quedaba mirando el techo, pensando en aquella noche en el parque, en la risa de Lucía, en sus promesas. Sabía que la amaba, pero también sabía que el amor no siempre basta para sobrevivir a un mundo que se alimenta de apariencias. Una tarde recibió un sobre sin remitente. Dentro había una carta impresa con el logo de Salvatierra Group.
Decía, “Si realmente amas a Lucía Ortega, déjala. Ella nunca podrá ser libre mientras esté contigo. Yo puedo limpiar su nombre. Tú solo eres un obstáculo. Miguel apretó el papel hasta arrugarlo. Sabía que era una trampa, pero el veneno ya estaba hecho. Por primera vez dudó de sí mismo. Esa noche escribió un mensaje corto a Lucía. Necesito pensar.
No te preocupes por mí. Cuídate. Y desapareció. Lucía esperó su llamada durante días. Lo buscó en su casa, en el bar, en el parque, pero no estaba. Solo Sofía con lágrimas en los ojos le entregó un dibujo. Lucía y papá bajo un arcoiris. Lucía lo abrazó incapaz de hablar. El dibujo olía a infancia y a pérdida.
Y en ese momento comprendió que Derek no solo le había robado su reputación, sino también su felicidad. De pie frente al espejo, se observó con detenimiento. El traje impecable, el maquillaje perfecto y una mirada vacía. Había vuelto a ser la mujer de antes, poderosa por fuera, rota por dentro, pero esta vez algo era distinto.
Sabía que el amor que había conocido era real, aunque el mundo no lo entendiera, y juró que haría lo que fuera para recuperarlo. Porque aunque Derek hubiera ganado la batalla mediática, Lucía estaba decidida a ganar la guerra del alma. El amor, pensó, no siempre es un refugio tranquilo, a veces es el fuego que te obliga a renacer.
Y mientras la ciudad dormía, Lucía Ortega, la mujer más fuerte de Valencia, comenzó a planear su regreso. No como una ceo herida, sino como una mujer que había aprendido que la verdad y el amor valen más que cualquier reputación. El invierno había llegado a Valencia. Las calles del Carmen olían a castañas asadas y a lluvia recién caída.
Lucía caminaba sola, con el abrigo cerrado hasta el cuello y la mente más fría que el aire. Habían pasado tres semanas desde que Miguel desapareció sin dejar rastro, tres semanas de silencio, de titulares crueles y noches interminables frente al vacío. Pero algo dentro de ella había cambiado. Ya no lloraba, ya no buscaba justificarse, ahora quería pelear.
Una mañana, al entrar en su despacho, Marta la esperaba con cara de sorpresa. “Lucía, ¿vuelves al trabajo?” Sí, respondió ella con voz firme, pero no como antes. Se quitó el abrigo, se sentó y encendió el ordenador. Durante horas revisó documentos, contratos, correos, los mismos que Derek había manipulado para hundirla.
No había rastro directo de su traición, pero su sombra estaba en todas partes. “Voy a limpiar esto,” dijo en voz baja, como él decía de mí, una conserje del alma. Marta la miró sin entender. Lucía sonríó. No te preocupes, por primera vez entiendo lo que significa empezar de cero. Los días siguientes los dedicó a reconstruir la confianza de su equipo.
Dejó de usar su despacho de cristal y trabajaba en la misma mesa que los demás. Escuchaba, preguntaba, agradecía. La prensa aún la perseguía, pero ahora no huía. respondía con calma, sin ira, con esa serenidad que nace solo cuando se ha tocado fondo y se ha decidido subir. Un periodista insistió.
Sigue enamorada del señor Navarro. Lucía respondió sin dudar, “Sí, y no me avergüenzo. A veces hay que perderlo todo para entender qué es lo que realmente importa.” Aquel titular dio la vuelta al país. Lucía Ortega, la mujer que eligió el amor sobre el poder por primera vez. Las redes no la atacaron, la gente la defendía, los mensajes se multiplicaban.
Gracias por hablar por las que no pueden. Ojalá más jefas con corazón. El amor no tiene jerarquías. Lucía los leía en silencio, sintiendo como la herida empezaba a cicatrizar. Una tarde, mientras caminaba por el paseo marítimo, se encontró con una pequeña asociación que repartía comida a familias necesitadas.
Un hombre mayor la reconoció y dijo en voz alta, “Es la señora Ortega, la de la tele.” Lucía se sonrojó. Solo soy Lucía. Pues Lucía, venga, ayúdenos a servir sopa. Y así lo hizo, sin cámaras, sin discursos, solo ella, con una cuchara grande y un delantal prestado. Mientras servía, pensaba en Miguel. Él habría sonreído al verla allí. Cuando terminó, el coordinador le dijo, “Si quiere puede venir más veces.
La gente aquí no mira apellidos, solo miradas.” Lucía sintió un nudo en la garganta. Esa noche, al llegar a casa, abrió un cuaderno nuevo y escribió en la primera página, Fundación Sofía, para ayudar a padres y madres solos. Sabía exactamente qué quería hacer con su vida. Convertir el dolor en esperanza. Los días se convirtieron en semanas.