“Finge Que Me Amas, Por Favor…” — La Poderosa CEO Le Rogó Al Padre Soltero Justo Frente A Su Ex.
Y la Fundación Sofía comenzó a tomar forma. Lucía vendió parte de sus acciones, donó una cantidad considerable y convocó a antiguos empleados que creían en ella. El proyecto nació con humildad. Una pequeña oficina en Rusafa, paredes blancas, olor a café y un cartel sencillo pintado a mano. Aquí nadie está solo. La prensa, curiosa la entrevistó de nuevo. Lucía habló sin guion.
Durante años viví rodeada de éxito, pero sola. Ahora prefiero estar rodeada de gente sencilla y sentirme acompañada. ¿Y qué le diría a Derek Salvatierra si lo tuviera delante? Lucía sonrió con ironía. Le diría gracias. Gracias por empujarme hacia el abismo, porque fue ahí donde encontré el suelo.
Y como si el destino la escuchara, ese encuentro no tardó en llegar. Una tarde gris, al salir de la fundación lo vio apoyado en un coche negro con su traje impecable y su sonrisa de siempre. Derek, Lucía, dijo él abriendo los brazos. Sigues tan elegante como siempre. Y tú sigues tan vacío como entonces. Él rió sin inmutarse. Has ganado popularidad, te lo reconozco, la mártir del amor imposible.
Pero tarde o temprano volverás a mi mundo. No pienso volver a un lugar donde tenga que fingir quién soy. Vamos, Lucía. Se acercó. No puedes vivir rodeada de gente que no tiene nada. Tú naciste para mandar. Lucía dio un paso atrás. No, Derek, nací para sentir y eso es algo que tú nunca entenderás. Él la miró con desdén.
Y el conserje, ¿dónde está ahora? Te ha dejado, ¿verdad? Lucía lo observó en silencio, sin perder la calma. Puede que no esté conmigo, pero su presencia es más limpia que todas tus palabras. Derek apretó los dientes, frustrado. Tarde o temprano caerás. El mundo no perdona la debilidad. Lucía alzó la barbilla. El mundo cambia cuando alguien deja de tener miedo y yo ya no tengo. Se dio la vuelta y se marchó sin mirar atrás.
Esa fue la última vez que lo vio. Aquella noche llovió con fuerza. Lucía permaneció despierta junto a la ventana, viendo como el agua golpeaba los cristales. El relámpago iluminó su rostro y por primera vez en meses no se sintió sola. Había recuperado algo más importante que el amor o la reputación. Su paz.
En la mesa, el cuaderno de la fundación estaba abierto. Entre los papeles encontró el dibujo de Sofía, el que la niña le había dado el día que Miguel desapareció. El arcoiris seguía allí intacto. Lucía pasó los dedos por las líneas torcidas de colores y sonrió. Prometí cuidarte, pequeña, y lo haré, aunque tu padre no me mire.
Una semana después, la Fundación Sofía celebró su primer evento benéfico. Lucía habló ante un público reducido. Madres solas, padres trabajadores, voluntarios. Su voz tembló al principio, pero luego sonó clara, sincera. Cuando empecé en el mundo de los negocios, creí que el éxito era cuestión de cifras. Hoy sé que el verdadero éxito es poder mirar a alguien a los ojos y decirle, “No estás solo.
” El aplauso fue largo, cálido, humano. Lucía sintió las lágrimas subir, pero las contuvo. En la última fila, un hombre con chaqueta oscura y gorra la observaba en silencio. Cuando sus miradas se cruzaron, el corazón le dio un vuelco. Era Miguel. Él no dijo nada, solo levantó ligeramente el pulgar como aquel día en el bar. Lucía sonrió.
No sabía si aquello era un perdón, una promesa o un simple adiós, pero bastó para llenar el vacío que había cargado durante meses. Mientras el público seguía aplaudiendo, ella miró al techo del salón, donde las luces reflejaban un tenue arcoiris y en silencio susurró, 5 minutos fingidos me llevaron a toda una vida de verdad. La batalla no había terminado, aún quedaban heridas, palabras, distancias.
Pero Lucía Ortega, aquella mujer que un día temió perderlo todo, había aprendido a ganar lo más difícil. Así misma, había pasado más de un mes desde aquella noche en la que Lucía lo vio entre el público de la Fundación Sofía. Su imagen seguía apareciendo en su mente como una fotografía viva.
Esa sonrisa tímida, los ojos cansados, el gesto humilde con el pulgar levantado. No había vuelto a saber de él, ni una llamada ni un mensaje, pero algo dentro de ella le decía que Miguel seguía allí observando desde lejos, esperando el momento adecuado. Era una tarde tranquila. El cielo se pintaba de tonos anaranjados sobre el cauce del Turia.
Lucía salía del edificio de la fundación con varios sobres en la mano cuando escuchó una voz detrás de ella. Parece que te gusta llegar la última como siempre. Se giró y allí estaba él de pie con su chaqueta gris y el cabello algo más largo, pero con la misma expresión cálida que recordaba. Por un instante el tiempo se detuvo. Miguel. susurró. “Hola, Lucía.
” Su voz era suave, casi un suspiro. Durante unos segundos, ninguno de los dos supo qué decir. Solo se miraban intentando descifrar todo lo que las palabras no podían abarcar. Lucía fue la primera en romper el silencio. “Pensé que no volvería a verte.” “Yo también lo pensé”, admitió él. Pero la vida tiene una forma curiosa de devolvernos a los lugares donde dejamos lo inacabado. Lucía bajó la mirada.
Tú desapareciste sin decir nada. Lo sé, dijo él con tristeza. Y lo siento. ¿Por qué lo hiciste? Porque tenía miedo. Se pasó una mano por el cabello. Miedo de arrastrarte a mi mundo, de que Sofía sufriera, de no ser suficiente para ti. Lucía dio un paso hacia él. Nunca te pedí que fueras suficiente, solo que no me dejaras sola.