“Finge Que Me Amas, Por Favor…” — La Poderosa CEO Le Rogó Al Padre Soltero Justo Frente A Su Ex.

El silencio volvió más denso, más sincero. Miguel la miró con ternura. Lucía, he seguido tus pasos. He visto lo que has hecho con la fundación, lo que has construido. Es hermoso. Tú me inspiraste, respondió ella. Todo esto nació de ti, de Sofía, de lo que aprendí al conoceros. Él sonrió por primera vez. Entonces no fue en vano.

Nada lo fue, dijo ella, ni siquiera el dolor. Decidieron caminar juntos por el parque. El aire olía a tierra húmeda y a flores recién regadas. Los niños corrían, las parejas paseaban de la mano. Parecía un día cualquiera, pero para ellos era un principio nuevo. Miguel hablaba despacio, como si midiera cada palabra. Lucía, cuando me fui pensé que estaba haciendo lo correcto, pero pronto entendí que no estaba huyendo por ti, sino por mí. ¿Y ahora? Preguntó ella.

Ahora sé que nadie puede amar de verdad si vive escondiéndose. Lucía lo escuchaba en silencio. Sus palabras eran simples, pero tenían la fuerza de la verdad. Yo también tuve miedo, confesó. No del escándalo ni de Derek. sino de perderme a mí misma si te perdía a ti. Miguel se detuvo y durante unos segundos solo se oyó el sonido del viento entre los árboles.

Entonces, ¿todavía hay algo entre nosotros? No lo sé, susurró ella, pero quiero averiguarlo. Cenaron esa noche en el mismo bar Alameda donde se conocieron. El camarero los reconoció y sonrió con complicidad. Menudo de Yabú, eh, dijo sirviéndoles dos cafés. Lucía y Miguel rieron, pero en el fondo ambos sentían el vértigo del destino, como si la vida cansada de sus idas y venidas los hubiese devuelto al punto de partida.

¿Y Sofía? Preguntó Lucía. Bien, te echa de menos. Miguel bajó la voz. Siguió dibujando arcoiris. Dice que cuando llueve tú estás triste y cuando sale el sol vuelves a sonreír. Lucía sonríó emocionada. Es una niña maravillosa. Como tú, dijo él. Los ojos de Lucía se humedecieron. ¿Por qué eres así, Miguel? Preguntó riendo entre lágrimas.

Siempre sabes decir justo lo que necesito oír, porque aprendí a escucharte con el corazón, no con los oídos. Mientras hablaban, el móvil de Lucía vibró sobre la mesa. Era un número desconocido. Dudó un instante y contestó, “Sí.” Del otro lado, una voz familiar. “Lucía, soy Derek. Tenemos que hablar.” Su cuerpo se tensó. No tenemos nada de que hablar.

Te equivocas. La voz sonaba fría, calculadora. He conseguido pruebas de que parte de tu fundación se financia con donaciones opacas. Si no quieres que eso salga a la luz, nos veremos mañana. Lucía sintió como el suelo se abría bajo sus pies. Eso es mentira. Lo sabrás mañana a las 10 en mi oficina y si no vienes lo publicaré. Colgó.

Miguel la miró preocupado. ¿Qué ocurre? Derek quiere chantajearme otra vez. ¿Y qué va a hacer? Lucía respiró hondo. Esta vez no voy a huir. Al día siguiente se presentó puntual en el despacho de Derek. Él la recibió con su sonrisa de siempre, una mezcla de burla y fascinación. Sabía que vendrías. No por ti, respondió ella, por mí. Él colocó unos papeles sobre la mesa.

Mira, transferencias sospechosas, nombres inventados. Tu querida fundación podría acabar en los tribunales. Lucía los revisó uno por uno. Eran reales, pero manipulados. ¿Qué quieres? Nada que no hayas querido tú antes. Poder. Ella lo observó con calma. No me sorprende. Tú nunca entendiste que el poder sin alma es solo miseria con traje. Bonita frase para los titulares.

No me importa. Lucía se levantó. Publica lo que quieras, Derek, pero recuerda esto. Cuando el barro se seca, lo único que queda claro es quién intentó ensuciar a quién. Derek la miró desconcertado. Por primera vez Lucía no temblaba. “No tienes miedo”, dijo él incrédulo. “Ya lo tuve y sobreviví.

” Se dio la vuelta y salió del despacho, dejando tras de sí un silencio espeso, el mismo silencio que precede a las derrotas inevitables. Aquella noche fue a ver a Miguel. No necesitó palabras. Él ya lo sabía todo por las noticias. Lucía le contó la verdad, sin adornos, sin miedo. Derek intentó hundirme otra vez, pero ya no puede. ¿Por qué?, preguntó Miguel.

porque ya no tengo nada que ocultar. Él la miró durante unos segundos y luego la abrazó. Eso es lo que siempre vi en ti, Lucía. No la empresaria, sino la mujer valiente que no se rinde. Ella apoyó la cabeza en su pecho. Gracias por creer en mí, incluso cuando yo no lo hacía. No te creí, dijo él. Te sentí. Lucía cerró los ojos.

En aquel abrazo no había promesas ni explicaciones, solo la certeza silenciosa de dos personas que habían vuelto a encontrarse sin máscaras. Fuera, la lluvia empezaba a caer otra vez. Sofía, medio dormida, los miraba desde la puerta del pasillo. Papá, ¿estás triste o feliz? Miguel sonríó. Feliz, cariño. Muy feliz.

Entonces, ya puedo dormir tranquila. dijo la niña y volvió a su habitación. Lucía y Miguel se quedaron en silencio, escuchando el sonido de la lluvia golpear los cristales. Era como si el universo por fin les concediera una tregua. Lucía levantó la vista hacia el cielo gris. ¿Sabes? Creo que la vida es como la lluvia.

A veces moja, a veces limpia, pero siempre deja algo nuevo. Miguel asintió. Y nosotros somos ese algo nuevo. Se besaron despacio con el corazón lleno de cicatrices, pero también de esperanza. Habían pasado por la vergüenza, el orgullo, la distancia y el dolor, y seguían allí juntos contra todo. Y mientras el viento barría las calles de Valencia, Lucía sintió que por primera vez su vida volvía a pertenecerle.