MILLONARIO VIO A UNA NIÑITA LLORANDO CON UN VESTIDO DE GALA.”BAILE DE PADRE E HIJA, Y YO ESTOY SOLA”

Señor Ramírez, no puede bajarse aquí. Este barrio no es seguro para usted, le gritó Carlos, su choer, mientras Alejandro ya tenía una mano en la manija de la puerta. Carlos, necesito caminar. Solo necesito caminar, respondió Alejandro con voz cansada. Te marco cuando termine, pero señor, la junta con los inversionistas japoneses es en 2 horas. No podemos llegar tarde otra vez. Alejandro se detuvo.

Era cierto, había llegado tarde a tres reuniones importantes esta semana. Desde que María murió, todo le daba igual los negocios, el dinero, los contratos millonarios. Nada tenía sentido. Cancela la junta, dijo finalmente. Diles que estoy enfermo. Enfermo, pero, señor, es la tercera vez este mes que la canceles. Gritó Alejandro sorprendiendo a Carlos y a Elmis. Nunca le había gritado a nadie de su equipo.

Lo siento, Carlos, solo hazlo, por favor. Se bajó del Mercedes negro y empezó a caminar por las calles del barrio La Esperanza. Las casas eran pequeñas, con pintura descascarada y jardines llenos de juguetes rotos, muy diferente a su penhouse en Polanco. Pero por alguna razón le gustaba estar ahí. La gente lo saludaba sin conocerlo.

Los niños jugaban en las calles sin miedo. Las madres colgaban ropa en los tendederos mientras cantaban. Vida real. Eso era lo que veía. Vida real que él había perdido hacía mucho tiempo, enterrado entre reuniones de directorio y cenas de negocio.

Llevaba caminando una hora cuando lo vio, un cartel amarillo pegado en la puerta de una escuela primaria. Danza de padre e hija. Hoy 7 pm. Se quedó parado frente al cartel leyendo las palabras una y otra vez. recordó cuando María le había dicho que quería una niña para que bailes con ella en las fiestas del colegio. Le había dicho mientras preparaban la cena en su departamento de recién casados.

Imagínate, Alejandro, una pequeñita con mis ojos y tu sonrisa, pero María nunca pudo tener hijo. Los doctores dijeron que era imposible después del accidente y ahora ella no estaba. Un soy lo sacó de sus pensamientos.

A unos metros, sentada en las escaleras de la escuela, había una niña de unos llevaba un vestido azul con encajes blancos, claramente nuevo, y zapatos que brillaban bajo la luz de la tarde, pero estaba llorando. Alejandro miró a su alrededor. No había ningún adulto cerc. Los papás y las niñas empezaban a llegar para la danza, pero esta pequeña estaba completamente sola. Se acercó despacio como si fuera un animal asustado. ¿Estás bien?, le preguntó en voz baja.

La niña levantó la cabeza. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y las mejillas rojas. “Es la danza de padre e hija. Y yo estoy sola”, le dijo con voz quebrada. Alejandro sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Esas palabras tan simples y tan dolorosas lo atravesaron por completo.

“¿Dónde está tu papá?”, le preguntó sentándose en el escalón junto a él. No tengo papá”, respondió la niña limpiándose los mocos con la manga del vestido. “Bueno, sí tengo, pero no vive con nosotros y mamá está trabajando. Siempre está trabajando. ¿Cómo te llamas?” Camila. ¿Y usted? Alejandro. Mucho gusto, Camila.

La niña lo miró de arriba a abajo. Alejandro sabía que su traje de cero cielos y sus zapatos italianos desentonaban completamente en ese lugar. Pero Camila no parecía intimidada. “¿Usted tiene una hija?”, le preguntó. No, respondió Alejandro. No tengo hijos. Entonces, ¿por qué está aquí? Era una buena pregun por qué estaba ahí. No tenía ni idea. Solo sabía que no podía irse y dejar a esa niña llorando sola.

Estaba caminando y vi tu cartel. Le dijo, “¿Sabes qué, Camila? Si quieres, puedo ser tu papá por esta noche.” Los ojos de la niña se iluminaron por primera vez. En serio, ¿aía conmigo? Claro que sí, pero solo si tú quieres. Camila se quedó pensando un momento, mordiéndose el labio inferior. Mi mamá dice que no debo hablar con extraños. Tu mamá tiene razón. Es muy inteligente, dijo Alejandro.

Pero mira, ahí está la directora de la escuela. ¿Podemos preguntarle a ella si está bien? ¿Te parece? Camila asintió y se levantó alisándose el vestido. Está bien, señor Alejandro, pero solo por esta noche, ¿verdad? Solo por esta noche, le prometió. Aunque por dentro sentía que algo había cambiado para siempre.

“Ay, qué bueno que llegaste, Camila”, exclamó la maestra Rodríguez cuando vio a la niña acercarse con Alejandro. “Ya pensé que no ibas a venir, maestra. Este es el señor Alejandro. Va a bailar conmigo porque mi papá no pudo venir.” Dijo Camila tomando la mano de Alejandro con natural. La maestra miró a Alejandro con curiosidad.

Su ropa cara y sus modales elegantes no pasaban desapercibidos. “¿Es usted familiar de Camila?”, preguntó con tono cauteloso. No, señora, soy un amigo de la familia, mintió Alej. La mamá de Camila tuvo que trabajar y me pidió que la acompañara. Qué lindos son los vecinos que se ayudan, dijo la maestra sonriendo. Pasen, pasen, ya vamos a empezar.

El salón estaba decorado con globos rosados y azul. Las mesas tenían manteles blancos y centros de mesa con flores de papel. Los papás platicaban entre ellos mientras las niñas corrían de un lado a otro emocionadas por la fiesta. Alejandro se sintió fuera de todos los demás papás llevaban ropa sencilla, camisas de trabajo, pantalones de mezclilla, zapatos cómodos. Él parecía un pingüino en medio de un grupo de palomas.

¿Está nervioso, señor Alejandro?, le preguntó Camila, anotando que se había quedado callado. Un poquito. Admití. Hace mucho que no bailo. No se preocupe, yo le enseño. Mi mamá me puso a practicar toda la semana. La música comenzó. Era una canción lenta y dulce que hablaba de los lazos entre padres e hijos.

Las demás parejas se acomodaron en la pista de baile y Camila jaló a Alejandro hacia el centro. “Ponga su mano aquí”, le dijo colocando la mano de Alejandro en su cintura. “Y yo pongo la mía en su hombro.” Así, Alejandro se agachó un poco para quedar a la altura de la niña.

Camila era tan pequeña que apenas le llegaba al pecho, pero bailaba con una gracia natural que lo sorprendió. “¿Dónde aprendiste a bailar así?”, le preguntó mientras se movían al ritmo de la música. Mi mamá me enseñó. Ella dice que bailar es como volar, pero con los pies en el suelo. Mientras bailaban, Alejandro notó como Camila brillaba de felic. Su sonrisa era tan grande que le dolían las mejillas y sus ojos negros parecían dos estrellitas.

Por primera vez en meses, Alejandro sintió algo parecido a la paz. ¿Sabe qué, señor Alejandro? Le dijo Camila mientras daban vueltas. Usted baila muy bien para ser un señor tan Gracias pequeña. Tú también bailas muy bien para ser una niña tan pequeña. La canción cambió una más alegre y Camila empezó a hacer pasos más complicados.

Alejandro la siguió como pudo y pronto los dos estaban riéndose mientras intentaban no pisarse los pies. “¡Miren qué bonita pareja!”, gritó una señora desde una mesa. “Qué orgulloso debe estar de su hija.” Alejandro sintió un nudo en la garganta.

Por un momento se imaginó que Camila realmente era su hija, que él era un papá normal, en una fiesta normal bailando con su pequeño. “¿Está bien, señor Alejandro?”, le preguntó Camila notando que había dejado de moverse. “Sí, mi niña, estoy perfecto.” Siguieron bailando hasta que la música terminó. Camila no se separó de él en toda la noche.

Lo presentó con sus amigas como mi papá Alejandro. le pidió que la ayudara a servirse ponche y hasta logró que participara en el juego de las sillas musicales. Cuando terminó la fiesta, Camila estaba agotada, pero feliz. Se sentó en las piernas de Alejandro mientras esperaban que llegara su mam.

“Señor Alejandro, ¿puede ser mi papá todos los días?”, le preguntó recargando la cabeza en su pecho. Alejandro no supo qué responder. Sintió que el corazón se le iba a salir del pecho. “Camila, Camila, ¿dónde estás?” Una mujer joven entró corriendo al Tenía el cabello negro recogido en una cola de caballo desordenada.

Llevaba puesto un uniforme de enfermera y se veía muy cansada. “Mamad!”, gritó Camila corriendo hacia ella. “Mira, vino mi papá Alejandro a bailar conmigo.” La mujer miró a Alejandro con confusión y algo de miedo. “Papá Alejandro, ¿quién es usted?”, preguntó abrazando a Camila protectoramente. Alejandro se levantó lentamente, sabiendo que el momento mágico había terminado.

“Soy Alejandro Ramírez. Mucho gusto, señora Valeria González”, respondió ella sin extender la mano. “¿Puede explicarme qué está haciendo con mi hija?” “Mamá, no seas grosera.” La regañó Camila. El Sr. Alejandro es muy bueno. Bailó conmigo porque tú no pudiste venir. Valeria miró a Alejandro con desconfianza, pero también con algo de agradecimiento. ¿Usted es maestro de la escuela? Preguntó.

No, señora, yo solo pasaba por aquí. La explicación sonó más extraña de lo que había esperado. Pasaba por aquí, repitió Valeria, apretando más a Camila contra ella, y decidió bailar con una niña que no conoce. Mamá, ya te dije que es bueno protestó Cami. Me ayudó porque estaba llorando. Estabas llorando por qué no me dijiste nada.

Preguntó Valeria, arrodillándose para quedar a la altura de su hija. Porque sabía que no ibas a poder venir, siempre tienes que trabajar en el turno de noche. Valeria sintió una punzada de culpa. Era cierto. Llevaba 3 meses trabajando doble turno en el hospital para pagar las deudas que había dejado la operación de su mamá, pero no podía permitir que un extraño se acercara a Camila, sin importar qué tan buenas fueran sus intención.

“Señor Ramírez, le agradezco mucho que haya ayudado a mi hija”, dijo Valeria poniéndose de pie. “Pero ahora nos tenemos que ir, por supuesto,”, respondió Alejandro. “Solo quería asegurarme de que estuviera bien. No quiero irme”, gritó Camila. De repente quiero quedarme con papá Alejand Camila, no le digas papá, él no es tu papá. La regañó Valeria, pero fue más papá esta noche que mi papá, de verdad en toda mi vida.

El silencio que siguió fue incómodo. Alejandro veía como Valeria luchaba entre la pena y el enojo. Camila, ve a despedirte de tus amig. Nos vamos en 5 minutos, le dijo Valeria. Cuando la niña se alejó, Valeria se acercó a Alejandro. Mire, Sr. Ramírez, no sé quién es usted ni por qué hizo esto, pero mi hija ya tiene bastantes problemas sin que aparezcan extraños.

Confundiéndola más, señora González, yo no quis. ¿Sabe qué? No me importa lo que quiso. Solo aléjese de mi hija. Alejandro asintió sabiendo que tenía razón. Había sido un impulso estúpido. ¿Qué clase de hombre se mete en la vida de una niña desconocida? Tiene razón. Perdón por la molestia.

dijo y se dio la vuelta para irse. Señor Alejandro, espere, gritó Camila corriendo hacia él. No se va a despedir de mí. Alejandro se agachó y la abrazó. Cuídate mucho, pequeña. Fue un honor bailar contigo. Lo voy a ver otra vez. Alejandro miró a Valeria que negó con la cabeza.

No lo creo, mi niña, pero nunca voy a olvidar esta noche. Camila le dio un beso en la mejilla y corrió de vuelta con su mamá. Durante el camino a casa, Valeria no podía dejar de pensar en lo que había pasado. Camila no paraba de hablar del señor Alejandro, que era muy alto, que olía rico, que tenía las manos suaves, que bailaba mejor que los papás de sus amigas.

Cuando llegaron a su pequeña casa, Valeria ayudó a Camila a cambiarse el vestido y se la llevó a la Pero en lugar de dormirse, la niña siguió hablando. Mamá, ¿crees que el señor Alejandro tiene una hija? No lo sé, mi amor. ¿Por qué? Porque si no tiene, podría adoptarme así. Yo tendría un papá y él tendría una hija. Sería perfecto.

Valeria sintió que se le partía el corazón. Sabía que Camila sufría por no tener un padre presente, pero nunca se lo había dicho tan claramente. Camila, mi amor, las cosas no funcionan así. Uno no puede adoptar niños nada más porque quiere, pero ¿por qué no? Si él es bueno y yo necesito un papá porque no lo conocemos. Podría ser una persona mala que nada más se hace el bueno. Pero mamá bailó conmigo.

Los hombres malos no bailan con niñas pequeñas. Valeria no supo que responder. Después de que Camila se durmió, se quedó despierta. Pens decidió buscar en internet a ver si encontraba algo sobre ese tal Alejandro Ramírez. Lo que encontró la dejó sin palabras. Alejandro Ramírez era el director ejecutivo de una de las empresas más grandes de México.

Había fotos de él en revistas de negocios, en eventos sociales en galas benéficas. Era millonario, pero también encontró algo más. Artículo sobre la muerte de su esposa hace 6 meses en un accidente automovilístico.

En las fotos más recientes se veía demacrado, triste, como si hubiera perdido el interés en la vida. Valeria se sintió mal por haber sido tan grosera con él. Tal vez realmente había sido un impulso de ayudar a Camila, a no algo planear. Al día siguiente, cuando estaba preparando el desayuno, sonó el teléfono. “Señora González, habla. Alejandro Ramírez. Llamé para disculparme por lo de ayer. Valeria casi deja caer el teléfono.

¿Cómo consiguió mi número? Se lo pedí a la directora de la escuela. Señora, yo sé que mi comportamiento fue extraño, pero quería explicarle que no tuve malas intenciones. Sr. Ramírez. Yo solo quiero que sepa que ayer Camila me ayudó más de lo que yo la ayudé a ella. Hace meses que no me sentía tan bien.

Valeria se quedó callada pensando. ¿Podríamos vernos para hablar? Preguntó Alejandro. Entiendo completamente si dice que no, pero me gustaría explicarle mejor. Valeria miró hacia la habitación donde Camila todavía dormía levantado. No había hecho otra cosa que preguntar por el señor Alejandro.

Está bien, dijo finalmente puede venir esta tarde, pero solo para hablar. Gracias, señora González. No se va a repentir. Valeria colgó el teléfono y se preguntó si no estaba cometiendo un error enorme. “Mamá, mamá, ya llegó el señor Alejandro”, gritó Camila desde la ventana pegando la cara al vidrio. Valeria se alizó la blusa por tercera vez y respiró prof.

Había estado nerviosa toda la tarde, limpiando la casa y preguntándose si había hecho bien en aceptar la visita. Cuando abrió la puerta, Alejandro estaba parado en el escalón con un ramo de flores amarillas y una caja de chocolates. “Buenas tardes, señora Gonzá. Estas son para usted”, dijo entregándole las flores.

“Y esto es para Camila, chocolates”, exclamó Camila, apareciendo como un relámpago. “Gracias, señor Alejandro. ¿Cómo me vas a decir?”, le preguntó Alejandro agachándose para quedar a su altura. Don Alejandro, respondió Camila después de pensarlo un momento. Así les digo a los señores que me caen bien. Me gusta. Don Alejandro está perfecto. Valeria los invitó a pasar.

La casa era pequeña, pero muy limpia y acogedor. Había fotos de Camila por todas partes, plantas en las ventanas y un sofá que claramente había visto mejores días. ¿Gusta algo de tomar?, preguntó Valeria. Tengo agua de jamaica café. Lo que usted tome está bien”, respondió Alejandro sentándose cuidadosamente en el sofá. Camila se subió al sofá junto a él sin pena alguna.

“Don Alejandro, ¿por qué tiene un traje tan elegante?”, le preguntó. “Parece de los señores que salen en la televisión.” “Camila, no seas”, preguntó Nada. La regañó Valeria desde la cocina. “No se preocupe.” “Está bien”, dijo Alejandro. “Trabajo en una oficina, Camila, por eso tengo que usar trajes.

“¿Y qué hace en la oficina?” Pues doy órdenes, voy a juntas, firmo papeles importantes, como ser el jefe, algo así. ¿Qué, padre? Yo cuando sea grande quiero ser jefa también, pero de doctores como mi mamá. Valeria regresó con tres vasos de agua de Jamaica y se sentó en la silla frente al sofá. Señor Ramírez, ayer me dijo que quería explicarme lo que pasó. Lo estoy escuchando. Alejandro tomó un sorbo de agua y se acomodó en el sof.

Señora González. Lo que pasó ayer fue completamente espontáneo. Yo estaba caminando por el barrio, vi el cartel de la danza y luego vi a Camila llorando. No pude irme y dejarla así. Pero, ¿por qué estaba caminando por aquí? Este barrio no es exactamente donde vive gente como usted. Tiene razón. Últimamente he estado perdido.

Mi esposa murió hace 6 meses y desde entonces no encuentro sentido a nada. Caminar por barrios diferentes me ayuda a pensar. Valeria notó la tristeza en sus ojos cuando habló de su esposa. “Lo siento mucho,” le dijo. “Debe ser muy difícil.” “Sí, lo es. Pero ayer cuando bailé con Camila, sentí algo que no había sentido desde que María murió. Alegría, propósito, como si fuera útil otra vez. María era su esposa”, preguntó Camila.

“Sí, pequeña. Era muy bonita y muy buena como tu mamá. Y no tuvieron hijo, Camila, eso es muy personal.” La regañó Valeria. No, está bien”, dijo Alejandro. “No pudimos tener hijos, Camila, pero María siempre quiso una niña. Creo que por eso me conecté tanto contigo ayer.” Camila se acercó más a él en el sofá.

“¿Sabe qué, don Alejandro? Usted puede ser como mi papá y yo puedo ser como su hija. Así los dos tenemos lo que queremos.” Alejandro sintió que se le cerraba la garganta. “Camila, ve a tu cuarto a hacer la tarea”, le dijo Valeria. “Ah, pero mamá, sin peros. Vamos. Cuando Camila se fue, Valeria se acercó más a Alejandro.

Señor Ramírez, voy a ser muy directa. Mi hija ya ha sufrido bastante por no tener un padre presente. No voy a permitir que usted entre en su vida solo para desaparecer cuando se aburra de jugar a ser papá. Entiendo perfectamente su preocupación, pero no estoy Desde ayer no he podido dejar de pensar en Camila.

¿Y qué propone? que vengamos a visitarnos de vez en cuando, si usted me lo permite. Sí, podría ayudarla con las tareas, llevarla al parque, platicar con ella. Nada más. Valeria lo estudió por un momento. ¿Por qué haría eso? ¿Qué gana usted? Compañía. Propósito. Una razón para levantarme por las mañanas.

Y si Camila se encariña demasiado, señora González, creo que ya es muy tarde para eso. Camila ya se encariñó y yo también. Valeria suspiró. Podía ver que Alejandro era sincero. Está bien, puede venir a visitarnos, pero con reglas. Nada de regalos caros, nada de promesas que no pueda cumplir. Y si alguna vez decide que ya no quiere seguir, me avisa a mí primero. No a Camila. Acepto todas sus condiciones. Dijo Alejandro.

Gracias por darme esta oportunidad. Mamá, ya terminaron de platicar. Gritó Camila desde su cuarto. Sí, mi amor. Ven acá. Camila corrió de vuelta a la sala. Don Alejandro se va a quedar a cenar. Alejandro miró a Valeria, quien asintió. Si no es molestia, me encantaría quedarme. Perfecto. Voy a hacer quesadillas son las mejores del mundo.

Mientras Camila ayudaba a su mamá en la cocina, Alejandro se quedó en el sofá sonriendo. Por primera vez en meses. Tenía algo que esperar. Tres meses habían pasado desde que Alejandro se había vuelto parte de la rutina de Camila y Valeria.

Los martes y jueves llegaba después del trabajo para ayudar a Camila con las tareas y los sábados la llevaba al parque. Mientras Valeria descansaba de sus turnos en el hospital, ese sábado Alejandro había llevado a Camila al parque de diversión mientras la niña jugaba en los columpios. Él revisaba algunos correos de trabajo en su teléfono. “Don Alejandro, ¿puede empujarme más fuerte?”, gritó Camila desde el columpio. “Claro que sí, pequeña, respondió guardando el teléfono mientras empujaba el columpio.

Camila le dijo algo que lo dejó sin palabras. ¿Sabe qué, don Alejandro? Ojalá fuera mi papá de verdad.” Alejandro se detuvo por completo. ¿Por qué dices eso, Camila? Porque usted sí viene a verme, si juega conmigo, sí me ayuda con las tareas, mi papá de verdad nunca hace nada de eso. ¿Hablas mucho con tu papá? No, mamá dice que él vive muy lejos y que está ocupado, pero yo creo que no le importó.

Alejandro sintió una mezcla de tristeza y enojo. ¿Qué clase de hombre abandona a una niña como Camila? Estoy seguro de que sí le importas. A veces los adultos tenemos problemas complicados que los niños no entienden, pero usted no me va a dejar, ¿verdad? Nunca, pequeña. Te lo prometo. Camila sonrió y siguió columpiándose. Pero Alejandro se quedó pensando en lo que había dicho.

Había prometido algo que tal vez no podía cumplir. Esa noche, cuando llegó a casa, Alejandro no podía dejar de pensar en Camila. Había empezado a quererla como si fuera su propia hija, pero sabía que no lo era y que tal vez algún día su padre biológico aparecería y se la llevaría. El lunes por la mañana, Valeria estaba preparando el desayuno cuando sonó el teléfono.

Valeria, habla, Ricardo. Valeria sintió que se le helaba la sangre. Hacía más de un año que no sabía nada de Ricardo, el padre de Camila. ¿Qué quieres, Ricardo? Quiero ver a mi hija. Sé que tienes un novio nuevo y que está jugando a ser el papá de Camila. Eso no me gusta nada. ¿Cómo sabes eso? Tengo mis fuentes.

Vi las fotos en Facebook. Camila, muy contenta con un señor elegante en el parque. Valeria se maldijo por haber subido esas fotos. Le había parecido tan normal compartir la felicidad de Camila. Ricardo, tú no tienes derecho a opinar sobre mi vida. Hace más de un año que no apareces. Soy el padre de Camila.

Tengo todos los derechos del mundo, padre. ¿Dónde estabas cuando tenía? ¿Dónde estabas cuando empezó la escuela? ¿Dónde estabas cuando lloraba preguntando por ti? Estaba trabajando tratando de hacer dinero para mandarles. Nunca nos mandaste ni un peso. Bueno, ahora las cosas han cambiado. Tengo un trabajo estable y quiero que Camila venga a vivir con mí. Valeria sintió que el mundo se le venía encima.

¿Estás loco? Si crees que te voy a dar a mi hija, no es solo tu hija, Valeria, también es mía y no voy a permitir que otro hombre la eduque. Otro hombre. Alejandro ha sido más padre para Camila en tres meses que tú en toda su vida. Ahí está el problema. Camila no necesita ese tipo. Me necesita a mí. Soy su padre verdadero. Ricardo, por favor. Camila ya tiene una vida aquí.

Tiene su escuela, sus amigos y va a tener a su papá. Voy a hablar con un abogado, Valeria. Voy a pedir la custodia. No puedes hacer eso. Claro que puedo. Soy el padre legal de Camila. Está en su acta de nacimiento. Ningún juez va a preferir a un extraño sobre el padre biológico. Valeria empezó a llorar.

Ricardo, te lo suplico, no le hagas esto a Camila. Ella está feliz. Va a estar más feliz conmigo. Nos vemos en la cor. Valeria colgó el teléfono y Valeria se quedó temblando en la cocina. Justo en ese momento, Camila salió de su cuarto. Mamá, ¿por qué estás llorando? No es nada, mi amor. Solo estoy un poco cansada. ¿Quieres que le marque a don Alejandro? Él siempre te hace sentir mejor.

Valeria abrazó a su hija con fuerza. Sí, mi amor. Márcale a don Alejandro. Una hora después. Alejandro estaba en la cocina de Valeria escuchando toda la historia. ¿Qué sabes de Ricardo? Le preguntó. Es un irresponsable. Cuando nació Camila, prometió que íbamos a ser una familia, pero a los 6 meses desapareció. Desde entonces aparece y desaparece cuando se le da la gana. Paga pensión.

Nunca ha pagado nada, ni siquiera en los cumpleaños de Camila. Y ahora quiere la custodia. Dice que sí. Dice que no va a permitir que otro hombre eduque a su hija. Alejandro se quedó pensando. Valeria, necesitas un abogado. Un buen abogado. No tengo dinero para eso, Alejandro. Apenas me alcanza para los gastos de la casa.

Yo te consigo el abogado y pago todo lo que sea necesario. No puedo permitir que si puedes, Camila. Es importante para mí también. No voy a permitir que ese hombre se la lleve. Valeria lo miró con lágrimas en los ojos. Y si un juez decide que Ricardo tiene razón y si se la lleva, eso no va a pasar. Te lo promet. Pero por dentro Alejandro tenía miedo.

Sabía que los jueces preferían a los padres biológicos y él no era nada más que un extraño que había llegado a sus vidas por casualidad. Licenciado Martínez, necesito que me diga la verdad. ¿Qué posibilidades tené? Preguntó Valeria sentada en elegante despacho del abogado que Alejandro había contratado. El licenciado Martínez se quitó los lentes y suspiró. Sora González, no le voy a mentir.

En México los jueces tienden a favorecer a los padres biológicos, especialmente si pueden demostrar que han cambiado y que tienen estabilidad económica. Pero y todo lo que Ricardo hizo, el abandono, la falta de apoyo económico, vamos a usar todo eso a nuestro, pero él puede argumentar que ahora está diferente, que tiene trabajo estable, que quiere recuperar el tiempo perdido.

Alejandro, que había estado callado, se inclinó hacia delante. Y si yo adopto a Camila, si Valeria y yo nos casa, Alejandro, no podemos casarnos solo por eso, protestó Valeria. ¿Por qué no? Yo te quiero, Valeria, y quiero a Camila. Tal vez no es la forma tradicional de hacer las cosas, pero señor Ramírez, interrumpió el abogado. Aunque se casaran mañana, Ricardo seguiría siendo el padre de G.

Tendría que renunciar voluntariamente a sus derechos para que usted pudiera adoptar a Camila. ¿Y qué probabilidad hay de que haga eso? casi nula. Él inició este proceso precisamente para evitar que usted se convirtiera en el padre de Esa noche Alejandro se quedó en casa de Valeria para cenar.

Camila notó que los adultos estaban tristes y preocupados. “¿Qué les pasa?”, preguntó mientras comía sus quesadillas. “Nada, mi amor, solo estamos cansados”, mintió Valeria. Don Alejandro, usted también está un poquito pequeña, pero me siento mejor cuando estoy contigo. Camila sonrió y siguió comiendo.

Después de cenar Alejandro la ayudó con las tareas mientras Valeria lavaba los platos. Don Alejandro, ¿usted sabe que mi papá de verdad va a venir a verme? Preguntó Camila de repente. Alejandro casi se atraganta con el agua. ¿Quién te dijo eso? Mi tía Rosa dice que mi papá quiere que me vaya a vivir con él. Alejandro miró hacia la cocina donde Valeria había dejado de lavar platos para escuchar.

¿Y tú qué opinas de eso, Camila? Que no quiero. Él nunca viene a verme, nunca me ayuda con las tareas, nunca me lleva al parque. Usted sí hace todo eso, pero él es tu papá, ¿no?, gritó Camila sorprendiendo a Alejandro. Mi verdadero papá es el que está conmigo cuando estoy triste, el que me cuida cuando me enfermo, el que baila conmigo cuando estoy sola.

Alejandro sintió que se le llenaban los ojos de lágrima. Camila, a veces las cosas no son como nosotros queremos. Pero, don Alejandro, usted me quiere. Claro que sí. Te quiero muchísimo y yo lo quiero a usted. Entonces, ya está. Usted es mi papá y yo soy su hija. Valeria se acercó y abrazó a los dos.

Mi amor, las cosas no son tan simples. ¿Por qué no? Si nos queremos, ¿por qué no podemos ser una familia? Tres semanas después estaban en el juzgado familiar. Ricardo había llegado con su abogado, un hombre mayor que parecía muy seguro de sí mismo. Cuando Ricardo vio a Camila, trató de abrazarla, pero ella se escondió detrás de Alejandro. Hola, princesa.

Ya no me reconoces. Soy tu papi. No quiero hablar con usted, respondió Camila. Camila, no seas grosera, le dijo Valeria. Es que no lo conozco. No es mi papá. El juez, un hombre canoso y serio, les pidió que se sentaran. Señor Herrera, usted está pidiendo la custodia de la menor Camila González.

¿Puede explicarme por qué, señor juez? Soy el padre biológico de Camil. Durante un tiempo tuve problemas económicos y no pude estar presente. Pero ahora tengo trabajo estable y quiero recuperar el tiempo perdido con mi hija. ¿Y por qué no ejerció sus derechos antes? Como le dije, tenía problemas económicos, pero también porque la madre de Camila no me dejaba acercarme.

Eso es mentira, gritó Valeria. Nunca te prohibí ver a Camila, señora González, por favor, mantenga la calma”, dijo el juez. “Tendrá su turno para hablar”. El abogado de Ricardo presentó documentos que mostraban que tenía trabajo estable y un departamento adecuado para Camila.

Cuando le tocó el turno a Valeria, el licenciado Martínez presentó todas las pruebas del abandono de Ricardo, falta de pagos de pensión, ausencia en eventos importantes, falta de comunicación. Señor juez, dijo el licenciado, el señor Herrera ha estado ausente durante más de un año. No ha pagado pensión, no ha visitado a la menor, no ha participado en su educación. Ahora aparece solo porque se enteró de que hay otra figura paterna en la vida de Camila.

¿Y quién es esa figura paterna? El señor Alejandro Ramírez, quien ha estado presente en la vida de Camila durante los últimos tr meses. El juez miró a Alej. Señor Ramírez, ¿cuál es exactamente su relación con la menor? Señor juez, yo conocí a Camila por casualidad. Estaba sola y triste y decidí ayudarla.

Desde entonces he tratado de ser una figura paterna para ella. Tiene intención de casarse con la señora González. Alejandro miró a Valeria, quien asintió casi imperceptiblemente. Sí, señor juez, queremos formar una familia. Y usted, señorita Camila. Todos se sorprendieron cuando el juez se dirigió directamente a la niña.

¿Puedes acercarte, por favor? Camila se levantó y caminó hacia el estrat. Camila, ¿sabes por qué estamos aquí? Sí, señor juez, porque ese señor dice que es mi papá y quiere que me vaya a vivir con él. ¿Y tú qué opinas? Que mi verdadero papá es el que bailó conmigo cuando estaba triste y no me dejó.

El que me ayuda con las tareas, el que me lleva al parque, el que me cuida cuando me enfermo. ¿Y quién es esa persona? Don Alejandro, respondió Camila sin dudar. Él es mi verdadero papá. El silencio en la sala fue hasta el abogado de Ricardo se veía impactado por las palabras de la niña. El juez se quedó mirando a Camila por un momento largo, luego se dirigió a Ricardo.

“Señor Herrera, ¿tiene algo que decir?” Después de escuchar a su hija, Ricardo se veía incómodo. No había esperado que Camila fuera tan directa. Señor juez, la niña está confundida. Él es un extraño que la está manipulando. Yo soy su padre biológico. Tengo derechos. Los derechos se ejercen, señor. No se guardan en un cajón hasta que convienen. Respondió el juez con tono severo. Pero, señor juez, yo he cambiado.

Tengo trabajo, tengo un lugar donde vivir. ¿Sabe usted cuál es la comida favorita de Camila? Pues supongo que la pizza como a todos los niños sabe en qué grado va en segundo año, creo. ¿Sabe quién es su mejor amiga. Ricardo se quedó callado. No sabía nada de eso. El juez se dirigió a Alejandro. Señor Ramírez, puede responder las mismas preguntas.

Sus quesadillas favoritas son las que hace su mamá con queso y champiñón. Va en tercero de primaria. Su mejor amiga se llama Sofía y vive dos casas más abajo. ¿Cuál es su materia favorita? Matemáticas. dice que quiere ser doctora como su mamá, pero que también quiere ser jefa como yo.

¿Y qué hace cuando tiene pesadilla? Viene a mi cama y me pide que le platique del trabajo hasta que se duerme. El juez asintió. Señor Herrera, voy a ser muy claro. Durante más de un año usted abandonó a su hija, no pagó pensión, no la visitó, no se preocupó por su educación o su bien. Ahora aparece porque otro hombre está ejerciendo el papel que usted debería haber ejercido desde el principio. Pero, señor juez, yo quiero cambiar. Quiero ser mejor padre.

¿Sabe qué, señor Herrer? Creo que usted realmente quiere cambiar, pero no puede recuperar el tiempo perdido quitándole a Camila la estabilidad que ya tiene. El juez se dirigió a todos los presentes. Voy a decretar un receso de una hora. Cuando regresemos daré mi decisión. Durante el receso, Alejandro, Valeria y Camila se fueron a comer a un restaurante cerca del juzgado.

Camila parecía más tranquila que los adultos. ¿Creen que el juez me va a obligar a irme con ese señor?, preguntó. “No lo sabemos, mi amor”, respondió Valer. “Pero pase lo que pase, siempre vas a ser mi hija y siempre te voy a querer. Y usted, don Alejandro, Camila, no importa lo que decida el juez, tú siempre vas a ser mi pequeña y siempre voy a estar aquí para ti.” Camila sonrió y siguió comiendo.

Cuando regresaron al juzgado, el juez ya estaba en su lugar. Después de analizar todas las pruebas y testimonios, he llegado a una decisión. La custodia de la menor Camila González permanecerá con su madre Valeria González. Valeria empezó a llorar de Alib. Alejandro apretó la mano de Camila. Sin embargo, continuó el juez.

El señor Herrera tiene derecho a convivencias supervisadas con la menor si ella está de acuerdo. Eh, ¿qué significa eso? te preguntó Cami. Significa que puedes ver a tu papá Ricardo si quieres, pero no tienes que vivir con él. Y si no quiero verlo, entonces no tienes que hacerlo. Pero tal vez en el futuro cambias de opinión. Ricardo se levantó furioso.

Esto no se va a quedar así. Voy a apelar, señor Herrera, es su derecho, pero le recomiendo que en lugar de pelear por la custodia, pelee por ganarse el cariño de su hija. Dos meses después llegó una carta para Valeria. Era de Ricardo. Valeria. He estado pensando mucho en lo que pasó en el juzgado. Tienes razón. He sido un mal padre.

Camila está mejor contigo y con Alejandro. He decidido no apelar la decisión del juez. Más aún, he decidido renunciar a mis derechos paternos para que Alejandro pueda adoptar a Camila oficialmente. Ella merece tener un padre que la quiera de ver. Firme los papeles con mi abogado. Cuídenla mucho, Ricardo. Valeria corrió a mostrarle la carta a Alejandro. Esto es real. Preguntó Alejandro.

Parece que sí. Podemos ir con el licenciado Martínez para confirmar. Una semana después tenían la confirmación. Ricardo había renunciado oficialmente a sus derechos paternos. ¿Qué significa eso?, preguntó Camila. ¿Significa que ahora don Alejandro puede adoptarte oficialmente? Le explicó Valeria.

Significa que puede ser tu papá de verdad ante la ley. Pero ya no era mi papá de sí, mi amor, pero ahora será oficial. Camila se abrazó a Alejandro. Entonces puedo decirle papá en lugar de don Alejandro. Puedes decirme como quieras, pequeña papá, gritó Camila. Ya tengo un papá de verdad. Alejandro la alzó y la abrazó fuerte.

Y yo ya tengo una hija de Tres meses después, Alejandro organizó un baile benéfico para la fundación que había creado en memoria de su esposa María. invitó a Valeria y Chacamila como sus invitadas especiales. Durante el evento, Alejandro subió al escenario para dar un discurso. Hace un año, yo era un hombre perdido. Había perdido a mi esposa y con ella la esperanza de tener una familia.

Pero una noche una pequeña niña me enseñó que la familia no solo se crea, también se encuentra y se elige. Miró hacia la mesa donde estaban Valeria y Camín. Esa niña me devolvió las ganas de vivir y su madre me devolvió las ganas de amar. se bajó del escenario y caminó hacia su mesa, sacó una pequeña caja de su bolsillo y se arrodilló frente a Valeria.

Valeria González, ¿quieres casarte conmigo? ¿Quieres que seamos una familia? Valeria se tapó la boca con las manos llorando. “Di que sí, mamá!”, gritó Camila. “Di que sí.” “Sí, Alejandro, “Sí, quiero casarme contigo.” El salón entero aplaudió mientras Alejandro le ponía el anillo a Valeria. Vamos a ser una familia de verdad”, gritó Camila abrazando a sus papás.

Y por primera vez en mucho tiempo, Alejandro sintió que todo estaba exactamente donde debía estar. La boda se celebró tres meses después en el jardín de la casa nueva que Alejandro había comprado. No era una mansión, sino una casa cómoda y acogedora en un barrio tranquilo, con un jardín donde Camila podía jugar y un estudio donde Alejandro podía trabajar desde casa.

“¿Estás nervioso, papá?”, le preguntó Camila mientras lo ayudaba a arreglarse la corbata. Un poquito admitió Alejandro. Y tú, ¿estás lista para ser mi dama de honor? Superlista, respondió Camila dando una vuelta para mostrar su vestido rosado. ¿Crees que mamá se ve bonita? Tu mamá siempre se ve bonita, pero hoy se ve especialmente hermosa.

Era cierto, Valeria había elegido un vestido sencillo, pero elegante, color marfil, que la hacía verse radiante. Habían decidido hacer una ceremonia pequeña, solo con la familia más cercana y algunos amigos. La madrina de Camila, su tía Rosa había venido desde Guadalajara.

Carlos, el choer de Alejandro, también estaba ahí con su esposa y la maestra Rodríguez, quien había sido testigo de cómo empezó todo. No se había perdido la celebración. ¿Listos? Preguntó el juez civil que iba a oficiar la ceremonia. List, respondieron Alejandro y Valeria al mismo tiempo. Camila caminó primero por el pasillo, aventando pétalos de rosa y saludando a todos los invitados. Luego apareció Valeria caminando lentamente hacia.

Cuando llegó a su lado, Alejandro le susurró, “Gracias por dejarme ser parte de tu familia. Gracias por elegir ser parte de nuestra familia”, le respondió Valeria. La ceremonia fue corta, pero emo cuando el juez les preguntó si querían intercambiar votos personales, Alejandro se aclaró la garganta. Valeria, hace 8 meses yo era un hombre vacío, tenía dinero, tenía éxito, pero no tenía propósito. Tú y Camila me dieron algo más valioso que todo eso.

Me dieron una razón para levantarme cada mañana con ganas de ser mejor persona. Valeria se limpió una lágrima antes de responder. Alejandro, durante años pensé que Camila y yo estábamos solas en el mundo, pero tú nos demostraste que la familia se puede encontrar en los lugares más inesperados. Te prometo que vamos a construir juntos el hogar que siempre soñamos.

¿Pueden intercambiar anillos?, preguntó el Yo tengo los anillos gritó Camila, corriendo hacia ellos con una almohada pequeña donde estaban las argollas. Alejandro tomó el anillo de Valeria y se lo puso mientras decía, “Con este anillo te prometo que voy a cuidar de ti y de Camila por el resto de mi vida.” Valeria hizo lo mismo.

Con este anillo te prometo que vamos a ser la familia que siempre quisiste tener. Y yo prometo ser la mejor hija del mundo. Gritó Camila, haciendo reír a todos los invitados. Los declaro marido y mujer. ¿Puede besar a la novia? Alejandro y Valeria se besaron mientras Camila aplaudía y gritaba. Ya somos una familia oficial.

La fiesta fue en el jardín de la casa. Había música comida casera que habían preparado entre todos y muchas risas. Camila no se separó de Alejandro en toda la noche, presentándolo con todos como mi pap. Se meses después, Valeria le dio una noticia a Alejandro que lo dejó sin palabras.

¿Estás segura? Le preguntó abrazándola, completamente segura. Vamos a tener un bebé. Un bebé, gritó Camila, que había estado escuchando desde la escalera. Voy a ser hermana mayor. ¿Qué opinas, pequeña? Le preguntó Alejandro. ¿Estás lista para ser la hermana mayor? Superlista. Le voy a enseñar a caminar, a hablar, a jugar. Va a ser el mejor hermanito del mundo. Cuando nació Mateo, Camila cumplió su promesa.

Se convirtió en la hermana mayor, más protectora y cariñosa que se pudiera imaginar. Alejandro la encontraba todas las mañanas junto a la cuna cantándole canciones al bebé. “¿Sabes qué, papá?”, le dijo Camila una mañana mientras desayunaban. “Creo que Mateo se parece a usted.” “¿Tú crees?”, preguntó Alejandro cargando al bebé.

Sí, tiene sus ojos y cuando sonría se ve igualito a usted. Valeria se acercó y abrazó a su familia. ¿Saben qué? Somos exactamente lo que siempre soñé que fuéramos. ¿Qué es eso?, preguntó Cami. Una familia completa con papá, mamá, hermana mayor y hermano menor, como en las películas.

Pero mejor, dijo Camila, porque esta familia es real. Alejandro miró a su esposa, a su hija adoptiva y a su hijo recién nacido. Hacía un año había estado caminando sin rumbo por las calles, sintiendo que su vida no tenía sentido. Ahora tenía todo lo que había soñado y más.

¿Sabes qué es lo más increíble de todo esto? Le dijo a Valeria esa noche, después de que los niños se durmieran. que todo empezó porque decidí caminar por un barrio diferente. Si hubiera tomado otra calle, si hubiera llegado 5 minutos tarde, si hubiera pasado de largo, pero no pasaste de largo, lo interrumpió Valeria. Decidiste quedarte, decidiste ayudar, decidiste ser parte de nuestras vidas.

Ustedes decidieron dejarme ser parte de sus vidas, corrigió Alejandro. Esa fue la decisión más importante. ¿Sabes qué creo? Dijo Valeria. Creo que todo pasa por algo. Tú necesitabas una familia. Nosotras necesitábamos un papá. El universo nos juntó en el momento exacto. El universo y una danza de padre e hija agregó Alejandro sonriendo. La danza que cambió todo.

Se quedaron abrazados en el sofá escuchando los sonidos de su hogar. Camila hablando dormida, Mateo respirando tranquilo en su cuna, el reloj del comedor marcando las horas de una vida llena de amor y propósito. Por primera vez en mucho tiempo, Alejandro no extrañaba su vida anterior.

Esta nueva vida construida día a día con amor y paciencia era exactamente donde quería estar. Dos años después, Alejandro estaba sentado en la primera fila del auditorio de la escuela primaria Benito Juárez con Mateo de un año y medio en las piernas. Valeria estaba a su lado embarazada de 6 meses de su segunda hija. “¿Ya va a salir Camila?”, preguntó Mateo con su vocecita.

“Jero, mi amor, ten paciencia”, le respondió Alejandro acomodándole el suéter. “Papá, ahí es!”, gritó Mateo cuando vio a Camila salir al escenario con su traje de baile folclórico. Camila ya tenía 11 años y había crecido mucho, pero seguía siendo la misma niña dulce y cariñosa que había conocido en esas escaleras hace la presentación era sobre las tradiciones mexicanas y Camila iba a bailar un jarabetío con su clase.

Alejandro sacó su teléfono para grabar como hacía en todos los eventos importantes de sus hijos. Mira nada más cómo baila nuestra hija”, le susurró a Valer. “Se ve hermosa, se ve feliz”, corrigió Valeria. “Ese es el cambio más grande. Antes siempre se veía triste en los eventos de la escuela porque no tenía a quien buscar entre el público. Era cierto, Alejandro recordaba las historias que Valeria le había contado sobre los festivales anteriores cuando Camila se subía al escenario y no tenía a nadie aplaudiéndole. Ahora era diferente. Camila bailaba con una sonrisa enorme y

cada vez que podía volteaba hacia donde estaban ellos y les guiñaba el ojo. Cuando terminó la presentación, Camila corrió hacia ellos. Vieron como bailé. Les gustó. Estuviste increíble, mi amor. La abrazó Valeria. Bailaste como toda una profesional. Mira, mira, gritaba Mateo, estirando los bracitos hacia su hermana.

Hola, mi bebé hermoso”, le dijo Camila cargándolo. “Viste cómo bailé bonito”, respondió Mateo aplaudiendo. “¿Y usted qué opina, papá?”, le preguntó a Deja. “Opino que eres la mejor bailarina que he visto en mi vida”, le respondió abrazándola. “Estoy muy orgulloso de ti, más orgulloso que cuando saqué 10 en matemáticas. Igual de orgulloso, siempre estoy orgulloso de ti, pequeña.

Después del festival se fueron a comer a su restaurante favorito, un lugar familiar donde hacían las mejores quesadillas de la ciudad. Era el mismo lugar donde habían cenado la primera vez que Alejandro visitó su casa. “¿Saben qué estaba pensando mientras bailaba?”, dijo Camila mientras comí. “¿Qué?”, preguntó Valeria. En la primera vez que bailé con papá en la escuela cuando estaba llorando en las escaleras. Alejandro dejó de comer.

Rara vez hablaban de esa noche, aunque todos la recordaban perfectamente. En serio, preguntó. Estaba pensando en que si no hubiera estado llorando ese día, tal vez papá no se hubiera acercado. Y si papá no se hubiera acercado, no seríamos una familia. Ay, mi niña dijo Valeria limpiándose una lágrima.

No me hagas llorar que estoy embarazada y lloro por todo. Es que es cierto, todo cambió por esa danza. Por eso ahora siempre que bailo me acuerdo de ese día. ¿Y qué sientes cuando te acuerdas? Preguntó Alejandro. Felicidad porque ese día conocí a mi verdadero Pap. Mateo, que no entendía muy bien la conversación, pero notaba que todos estaban emocionados.

Decidió pararse en su silla y gritar. Familia, familia. Todos se rieron y Alejandro lo alzó. Sí, mi niño. Somos una familia. Esa noche, después de acostar a los niños, Alejandro y Valeria se quedaron en el jardín de su casa tomando té y disfrutando del aire fresco.

¿Te imaginas si me hubiera negado a que vinieras a la casa esa primera vez?, preguntó Valeria. Hubiera respetado tu decisión, respondió Alejand. Pero me hubiera dolido mucho. A mí también me hubiera dolido. Creo que desde ese primer día supe que eras diferente. ¿Cómo? Por la forma en que mirabas a Camila, como si fuera lo más importante del mundo, como si realmente te importara. Es que me importa. Desde el primer momento me importó.

Valeria se acurrucó contra él. ¿Sabes que me gusta más de nuestra historia? Que que no fue un amor a primera vista entre tú y yo, fue amor a primera vista entre tú y Camila. Y después poco a poco nos fuimos enamorando nosotros. ¿Te parece malo? Al contrario, me parece perfecto porque significa que desde el principio lo más importante para ti fue ser un buen papá.

Alejandro se quedó pensando en esas palabras. Era cierto, su primer instinto había sido proteger y cuidar a El amor por Valeria había llegado después, naturalmente conforme la conocía, y veía qué madre tan increíble era. “¿Crees que Camila se va a acordar de todo esto cuando sea grande?”, preguntó.

Estoy segura porque no fue solo una noche bonita, fue el momento que cambió su vida para siempre. En ese momento escucharon pasos pequeños en la escalera. Camila apareció en el jardín con su pijama de unicornios. ¿No pueden dormir?, preguntó. Ven acá, mi amor. La llamó Valet. ¿Qué haces, despierta? Estaba pensando en la bebé. Dijo Camila sentándose entre los dos. ¿Creen que va a ser tan bonita como Mateo? Va a ser hermosa, le aseguró Alejandro.

y va a tener la suerte de tener a la mejor hermana mayor del mundo. Papá, sí, pequeña, gracias por no haber pasado de largo ese día. Alejandro la abrazó fuerte. Gracias a ti por haberme enseñado qué significa ser papá. Camila sacó algo de su bolsillo. Era un papel doblado. Le hice esto, dijo entregándoselo.

Alejandro desdobló el papel. Era un dibujo de una familia, un papá alto, una mamá bonita, una niña grande, un niño pequeño y un bebé en la panza de la mamá. Abajo decía con letra de niña, “Gracias por elegirnos.” Alejandro sintió que se le llenaban los ojos de lagri. “Gracias a ustedes por elegirme a mí”, les dijo.

Los tres se quedaron abrazados en el jardín bajo las estrellas, sabiendo que habían encontrado exactamente lo que necesitaban. Una familia construida con amor, paciencia y la decisión diaria de estar junto. Con una simple danza. ¿Te emocionó esta hermosa historia de Alejandro, Valeria y Camil? Esta historia nos demuestra que las familias más bonitas no siempre nacen de la sangre, sino del amor, la dedicación y la decisión de estar presentes en los momentos que más importan.

Como Alejandro, todos podemos elegir ser la diferencia en la vida de alguien. Y como Camila nos enseñó, el verdadero amor de padre se mide en presencia, no en palabra. Si esta historia te llegó al corazón y te hizo reflexionar sobre el verdadero significado de la familia, no olvides darle like a este video y compartirlo con esas personas especiales que sabes que también se van a emoción.

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